Lena Yau (Caracas, 1968) escritora hispano venezolana, Licenciada en Letras (UCAB) Master en Comunicación Social (UCAB) y culminó las asignaturas de un Doctorado en Filología Hispánica (Universidad Autónoma de Madrid). Reside en Madrid desde 1999. Colabora con artículos de opinión en la prensa de USA y de Latinoamerica y con revistas digitales como Delirio, Rasgado de Boca y Los Hermanos Chang. Ha dictado conferencias sobre literatura digital en las sedes del Instituto Cervantes en Pekín, Shanghai y Madrid. Es autora del blog Mil Orillas.
Puede conocer más en la entrevista que sigue:
Nociones elementales de jardinería
Lluvia
no intentes
reventarme
el cuerpo.
(Él se adelantó).
Usó mis manos
para arrancar
los rosales
sin herirse.
Removió la tierra
agostó las raíces
y tras una cerveza
se fue pisoteando
lo que fuimos.
(No. No miró)
Lava mis ojos
lluvia.
Borra la sangre
llévate el barro
deja el dolor.
Quiero hacer con él
un broche
que me recuerde
(cada día)
que de jardinería nada sé.
Toledo
El reflejo en la ventana
le habla de la memoria del trueno
del amor a la tormenta
del camino hacia un libro
y de sus huellas en el agua de Lisboa.
(El Tagus me tragó, nunca regresé a mí).
La mirada en el café
le cuenta su pasión por la novela negra
describe una comida en familia
tararea una canción folk que aprendió en Perth
y se abre.
(Siento cosas).
Ella ríe.
Él también.
¿Sabes que tu risa es descarada?
(¿Sí? Escríbelo en un poema).
Suéñame pero no me nombres.
(Intentaré no pronunciarte).
Si se secara el Atlántico
habría dos Toledos menos en el mapa
y dos amantes nuevos en la cama.
Entonces ella podría escucharle decir
que lo que enciende sus ganas
no son sus ojos de niña
no es la intuición de sus pezones
no es el eco de sus letras.
Lo que le arde,
le quema,
le chamusca,
es su hermosa impúdica irresistible
risa de puta.
saborgar
hizo girar el molinillo sobre la palma de mi mano
lloviznó polvo pimienta
dejó correr el aceite de oliva
me ordenó buen provecho
me lamí descarada mirando sus ojos
fuimos dos perros
esa noche memorable
Gone
Hoy no me acordé de ti.
La vida siguió
(como siempre).
En la alameda
los árboles
temblaron sus hojas
para dejarlas morir.
Quizás en ese instante
sentí algo
parecido a tu nombre.
Me detuve.
(No era tu voz).
Miré mis zapatos
y calculé el tiempo.
Hace mucho
que no aplasto
colillas encendidas.
Parhelia
Despertar de los ojos de la niña muerte,
del pez que intento devolver al estanque
con las varillas de un abanico isabelino
que antes estuvo en Aranjuez,
despertar de sus trozos destrozos de cristal gelatina,
blancos, irisados, pútridos, de la sauna pública,
de una vitrina sucia y de la náusea,
del baile de gogós submarinistas,
de un subterráneo,
del inglés al español al ladino al francés,
de ladrones plurilingües,
entender sin entender
siríaco y friulano,
rogarle a Plinio El Viejo
entre lágrimas
que olvide al volcán,
huir de una nube ardiente de azúcar rosa.
Despertar de golpes de tacón en mi frente,
de cámaras fotográficas perdidas,
de agendas y plumillas recuperadas,
abrir los ojos sucesivamente,
encenderle la luz a cada pequeño horror.
Descubrir que la tachadura
rompió el papel
que llevaba mi nombre.
Prensar los párpados.
No quedan sueños.