viernes, 29 de octubre de 2010

MIGUEL HERNÁNDEZ



Miguel Hernández

Biografía:

En Orihuela, un pequeño pueblo del Levante español, rodeada del oasis exuberante de la huerta del Segura, nació Miguel Hernández el 30 de octubre de 1910. Hijo de un contratante de ganado, su niñez y adolescencia transcurren por la aireada y luminosa sierra oriolana tras un pequeño hato de cabras. En medio de la naturaleza contempla maravillado sus misterios: la luna y las estrellas, la lluvia, las propiedades de diversas hierbas, los ritos de la fecundación de los animales. Por las tardes ordeña las cabras y se dedica a repartir la leche por el vecindario. Sólo el breve paréntesis de unos años interrumpe esta vidad para asistir a la Escuela del Ave María, anexa al Colegio de Santo Domingo, donde estudia gramática, aritmética, geografía y religión, descollando por su extraordinario talento. En 1925, a los quince años de edad, tiene que abandonar el colegio para volver a conducir cabras por las cercanías de Orihuela. Pero sabe embellecer esta vida monótona con la lectura de numerosos libros de Gabriel y Galán, Miró, Zorrilla, Rubén Dario, que caen en sus manos y depositan en su espíritu ávido el germen de la poesía. A veces se pone escribir sencillos versos a la sombra de un árbol realizando sus primeros experimentos poéticos. Al atardecer merodea por el vecindario conociendo a Ramón y Gabriel Sijé y a los hermanos Fenoll, cuya panadería se convierte en tertulia del pequeño grupo de aficionados a las letras. Ramón Sijé, joven estudiante de derecho en la universidad de Murcia, le orienta en sus lectura, le guía hacia los clásicos y la poesía religiosa, le corrige y le alienta a proseguir su actividad creadora. El mundo de sus lecturas se amplía. El joven pastor va llevando a cabo un maravilloso esfuerzo de autoeducación con libros que consigue en la biblioteca del Círculo de Bellas Artes. Don Luis Almarcha, canónigo entonces de la catedral, le orienta en sus lecturas y le presta también libros. Poco a poco irá leyendo a los grandes autores del Siglo de Oro: Cervantes, Lope, Calderón, Góngora y Garcilaso, junto con algunos autores modernos como Juan Ramón y Antonio Machado. En el horno de Efén Fenoll, que está muy cerca de su casa, pasa largas horas en agradable tertulia discutiendo de poesía, recitando versos y recibiendo preciosas sugerencias del culto Ramón Sijé que acude allí a visitar a su novia Josefina Fenoll. Desde 1930 Miguel Hernández comienza a publicar poemas en el semanario El Pueblo de Orihuela y el diario El Día de Alicante. Su nombre comienza a sonar en revistas y diarios levantinos.

Primer viaje a Madrid y Perito en lunas

Poseído por la fiebre de la fama, en diciembre de 1931 se lanza a la conquista de Madrid con un puñado de poemas y unas recomendaciones que al fin de nada le sirven. Aunque un par de revistas literarias, La Gaceta Literaria y Estampa, acusan su presencia en la capital y piden un empleo o apoyo oficial para el "cabrero-poeta", las semanas pasan y, a pesar de la abnegada ayuda de un puñado de amigos oriolanos, tiene que volverse fracasado a Orihuela. Pero al menos ha podido tomarle el pulso a los gustos literarios de la capital que le inspiran su libro neogongorino Perito en lunas (1933), extraordinario ejercicio de lucha tenaz con la palabra y la sintaxis, muestra de una invencible voluntad de estilo. Tras este esfuerzo el poeta ya está forjado y ha logrado hacer de la lengua un instrumento maleable. En Orihuela continúa sus intensas lecturas y sigue escribiendo poesía. También sus amigos le preparan alguna actuación en público. En el Casino de Orihuela recita y explica su "Elegía media del toro". Otra vez, en abril de 1933, es en Alicante donde interpreta la misma elegía después de una docta charla de Ramón Sijé sobre Perito en lunas. La prensa local se hace eco del acontecimiento literario alimentando en el joven poeta el ansia y sed de celebridad.

Segundo viaje a Madrid

Un día, al salir de su trabajo, en una notaría de Orihuela, conoce a Josefina Manresa y se enamora de ella. Sus vivencias van hallando formulación lírica en una serie de sonetos que desembocarán en El rayo que no cesa (1936). Las lecturas de Calderón le inspiran su auto sacramental Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras, que, publicado por Cruz y raya, le abrirá las puertas de Madrid a su segunda llegada en la primavera de 1934. Allí se mantiene con un empleo que le ofrece José María de Cossío para recoger datos y redactar historias de toreros. En Madrid su correspondencia amorosa no se interrumpe y la frecuente soledad inevitable en la gran ciudad le hace sentir nostalgia por la paz e intimidad de su Orihuela. Las cartas abundan en quejas sobre la pensión, rencillas de escritores, intrigas, el ruido y el tráfico. Así es que en cuanto le es posible vuelve a su pueblo para charlar con los amigos, comer fruta a satisfacción y bañarse en el río. Aunque lentamente, va creándose en Madrid su círculo de amigos: Altolaguirre, Alberti, Cernuda, Delia del Carril, María Zambrano, Vicente Aleixandre y Pablo Neruda. Entre ellos trata de vender algunos números de la revista El Gallo Crisis, recién fundada por Ramón Sijé, pero tienen que constatar que ésta no gusta a muchos de sus nuevos amigos. Neruda se lo confiesa abiertamente: "Querido Miguel, siento decirte que no me gusta El Gallo Crisis. Le hallo demasiado olor a iglesia, ahogado en incienso". Ramón Sijé teme perder a su gran amigo para sus ideales neocatólicos, pero pronto tienen que constatar que el ambiente de Madrid puede más que los ecos de la lejana Orihuela. Pablo Neruda insiste en sus ingeniosos sarcasmos anticlericales: "Celebro que no te hayas peleado con El Gallo Crisis pero esto te sobrevendrá a la larga. Tú eres demasiado sano para soportar ese tufo sotánico-satánico". Si Ramón Sijé y los amigos de Orihuela le llevaron a su orientación clasicista, a la poesía religiosa y al teatro sacro, Neruda y Aleixandre lo iniciaron en el surrealismo y le sugirieron, de palabra o con el ejemplo, las formas poéticas revolucionarias y la poesía comprometida, influyendo, sobre todo Neruda y Alberti, en la ideología social y política del joven poeta provinciano. Superada esta crisi, Miguel Hernández es ya un poeta hecho y comienza a crear lo más logrado y genial de su obra.

La Guerra Civil

El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 le obliga a tomar una decisión. Miguel Hernández, sin dar lugar a dudas, la toma con entereza y entusiasmo por la República. No solamente entrega toda su persona, sino que también su creación lírica se trueca en arma de denuncia, testimonio, instrumento de lucha ya entusiasta, ya silenciosa y desesperada. Como voluntario se incorpora al 5º Regimiento, después de un viaje a Orihuela a despedirse de los suyos. Se le envía a hacer fortificaciones en Cubas, cerca de Madrid. Emilio Prados logra que se le traslade a la 1ª Compañía del Cuartel General de Caballería como Comisario de Cultura del Batallón de El Campesino. Va pasando por diversos frentes: Boadilla del Monte, Pozuelo, Alcalá. En plena guerra logra escapar brevemente a Orihuela para casarse el 9 de marzo de 1937 con Josefina Manresa. A los pocos días tiene que marchar al frente de Jaén. Es una vida agitadísima de continuos viajes y actividad literaria. Todo esto y la tensión de la guerra le ocasionan una anemia cerebral aguda que le obliga por prescripción médica a retirarse a Cox para reponerse. Varias obritas de Teatro en la guerra y dos libros de poemas que han quedado como testimonio vigoroso de este momento bélico: Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939).

El poeta en la cárcel

En la primavera de 1939, ante la desbandada general del frente republicano, Miguel Hernández intenta cruzar la frontera portuguesa y es devuelto a las autoridades españolas. Así comienza su larga peregrinación por cárceles: Sevilla, Madrid. Difícil imaginarnos la vida en las prisiones en los meses posteriores a la guerra. Inesperadamente, a mediados de septiembre de 1939, es puesto en libertad. Fatídicamente, arrastrado por el amor a los suyos, se dirige a Orihuela, donde es encarcelado de nuevo en el seminario de San Miguel, convertido en prisión. El poeta -como dice lleno de amargura- sigue "haciendo turismo" por las cárceles de Madrid, Ocaña, Alicante, hasta que en su indefenso organismo se declara una "tuberculosis pulmonar aguda" que se extiende a ambos pulmones, alcanzando proporciones tan alarmantes que hasta el intento de trasladarlo al Sanatorio Penitenciario de Porta Coeli resulta imposible. Entre dolores acerbos, hemorragias agudas, golpes de tos, Miguel Hernández se va consumiendo inexorablemente. El 28 de marzo de 1942 expira a los treinta y un años de edad.


POEMAS:

Besarse, mujer,
al sol, es besarnos
en toda la vida.
Asciende los labios,
eléctricamente
vibrantes de rayos,
con todo el furor
de un sol entre cuatro.

Besarse a la luna,
mujer, es besarnos
en toda la muerte:
descienden los labios,
con toda la luna
pidiendo su ocaso,
del labio de arriba,
del labio de abajo,
gastada y helada
y en cuatro pedazos.

&&&

LA BOCA

Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.

Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.

Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.

Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.

¡Cuánta boca enterrada,
sin boca, desenterramos!

Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.

Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.

He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.

Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.

&&&

El amor ascendía entre nosotros
como la luna entre las dos palmeras
que nunca se abrazaron.

El íntimo rumor de los dos cuerpos
hacia el arrullo un oleaje trajo,
pero la ronca voz fue atenazada,
fueron pétreos los labios.

El ansia de ceñir movió la carne,
esclareció los huesos inflamados,
pero los brazos al querer tenderse
murieron en los brazos.

Pasó el amor, la luna, entre nosotros
y devoró los cuerpos solitarios.
Y somos dos fantasmas que se buscan
y se encuentran lejanos.

&&&

EL NIÑO YUNTERO

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Menos tu vientre,
todo es confuso.
Menos tu vientre,
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre,
todo es oculto.
Menos tu vientre,
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre,
todo es oscuro.
Menos tu vientre
claro y profundo.

&&&

No puedo olvidar
que no tengo alas,
que no tengo mar,
vereda ni nada
con que irte a besar.

&&&

Tu corazón, una naranja helada
con un dentro sin luz de dulce miera
y una porosa vista de oro: un fuera
venturas prometiendo a la mirada.

Mi corazón, una febril granada
de agrupado rubor y abierta cera,
que sus tiernos collares te ofreciera
con una obstinación enamorada.

¡Ay, qué acometimiento de quebranto
ir a tu corazón y hallar un hielo
de irreductible y pavorosa nieve!

Por los alrededores de mi llanto
un pañuelo sediento va de vuelo
con la esperanza de que en él lo abreve.

&&&

Si nosotros viviéramos
lo que la rosa, con su intensidad,
el profundo perfume de los cuerpos
sería mucho más.

¡Ay, breve vida intensa
de un día de rosales secular,
pasaste por la casa
igual, igual, igual,
que un meteoro herido, perfumado
de hermosura y verdad.

La huella que has dejado es un abismo
con ruinas de rosal
donde un perfume que no cesa hace
que vayan nuestros cuerpos más allá.

&&&

MADRE ESPAÑA

Abrazado a tu cuerpo como el tronco a su tierra,
con todas las raíces y todos los corajes,
¿quién me separará, me arrancará de ti,
madre?

Abrazado a tu vientre, ¿quién me lo quitará,
si su fondo titánico da principio a mi carne?
abrazado a tu vientre, que es mi perpetua casa,
¡nadie!

Madre: abismo de siempre, tierra de siempre: entrañas
donde desembocando se unen todas las sangres:
donde todos los huesos caídos se levantan:
madre.

Decir madre es decir tierra que me ha parido;
es decir a los muertos: hermanos, levantarse;
es sentir en la boca y escuchar bajo el suelo
sangre.

La otra madre es un puente, nada más, de tus ríos.
El otro pecho es una burbuja de tus mares.
Tú eres la madre entera con todo su infinito,
madre.

Tierra: tierra en la boca, y en el alma, y en todo.
Tierra que voy comiendo, que al fin ha de tragarme.
Con más fuerza que antes, volverás a parirme,
madre.

Cuando sobre tu cuerpo sea una leve huella,
volverás a parirme con más fuerza que antes.
Cuando un hijo es un hijo, vive y muere gritando:
¡madre!

Hermanos: defendamos su vientre acometido,
hacia donde los grajos crecen de todas partes,
pues, para que las malas alas vuelen, aún quedan
aires.

Echad a las orillas de vuestro corazón
el sentimiento en límites, los efectos parciales.
Son pequeñas historias al lado de ella, siempre
grande.

Una fotografía y un pedazo de tierra,
una carta y un monte son a veces iguales.
Hoy eres tú la hierba que crece sobre todo,
madre.

Familia de esta tierra que nos funde en la luz,
los más oscuros muertos pugnan por levantarse,
fundirse con nosotros y salvar la primera
madre.

España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos
de dolor y de piedra profunda para darme:
no me separarán de tus altas entrañas,
madre.

Además de morir por ti, pido una cosa:
que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen,
vayan hasta el rincón que habite de tu vientre,
madre.

viernes, 15 de octubre de 2010

ROSA MELO



Rosa Melo: la poesía es magia que empieza hurgando el recuerdo.
Domingo 12 de Abril de 2009 19:00 .(Desirée Depablos/CNP 4.762)

Rosa Melo nació en Porlamar, pero desde muy pequeña su madre se la llevó a vivir a Caracas. Cuando apenas tenía cinco años, ingresó al Colegio Madre Rafols, allí permaneció interna hasta los quince años. “Creo que el mismo internado abrió mi sensibilidad y surgió la poesía…escribía mucho y mis compañeras me llamaban la poeta”, comenta.

Egresada de la Escuela Superior de Comercio, inició su formación artística en la Escuela de Arte Escénico de la mano de Juana Sujo, Horacio Peterson y Alberto de Paz y Mateos, además realizó cursos de arte y actuaciones teatrales en los primeros programas de Televisa en Venezuela, en el Teatro Nacional y el Teatro Municipal de Caracas.

Incursionó también en La Escuela de Artes Plásticas, participando en varias exposiciones colectivas. Toda esta inquietud se identificó en su poesía, siendo su Maestra y consejera nuestra gran Poeta Ida Gramcko.

-¿Cuándo decidió dedicarse a la poesía?
-Nunca pensé que llegaría a ser poeta, era una muchacha simple y sencilla. A los tres años de salir del internado me casé y me dedique a mi hogar y a mis siete hijas. Siempre sentí la necesidad de escribir y guardé mis escritos en un cajón durante 35 años hasta que un día mis hijas los hicieron llegar a Ida Gramcko, quien luego de leerlos escribió un artículo que tituló “Una Nueva individualidad”. A partir de ese momento sentí un compromiso con la poesía.

- ¿Cual fue su primer libro?
- "Acírate", en el año 1982 con prólogo de Ida Gramcko, fue el resultado de una selección de aquellos escritos y simbolizaría el antes y el después de la poesía en mi vida. Luego seguí escribiendo y vinieron otros libros como: Hábito de Ser, La Casa Adormecida, Tiempo de Horizontes, Donde la Ausencia, Desandando Insomnios y La Flor de los Cerezos. También tengo cuatro poemarios inéditos: Signos del Coloquio, Restos de Polen, Caligrafía de Sueños y el Grito que se Ignora

-¿Qué es la poesía para Rosa Melo?
-Es un arte, es magia que empieza hurgando el recuerdo, es el arte del insomnio, casi toda mi poesía la hago en mis insomnios. El poema surge solo, de repente viene una idea y la escribo.

-¿Cuál es su lectura preferida?
- Siempre he sentido la necesidad de leer, me gustan mucho Rainer María Rilke, César Vallejo, Alfredo Silva Estrada y la poesía de Ida Gramcko

-¿Cual es su mejor recuerdo?
-El recuerdo más bello de mi infancia es mi abuelo, a quién escribí muchos poemas.
En un momento mágico la poetisa deja escapar uno de aquellos versos que nos acarician el alma:
Abuelo, vienes...
un mecedor se acuesta
en mis pupilas
tu mano suave
brilla silenciosa
Un espacio total
despeja la memoria

POEMAS

Blanca la página

trae tu visión abierta

Tu barba

es tiempo que gira

y cosquillea mis mejillas

Abuelo que siembras sonrisas

en los difíciles pasillos

de mi infancia

ahora en otoño

el camino es amplio

los árboles secos

retoñan tus pisada

y mi mano minúscula

de entonces

aprieta tu sombra

en mi memoria

& & &

La hoja al caer

se entrega al aire

en feliz sueño

& & &

Miro la choza

Quietud en las afueras

hambre interior

& & &

Cuando la tierra

Brama, los volcanes

respiran hondo

& & &

El desborde es

intento, nada va más

allá del límite

& & &

Se hace la flor

pétalo a pétalo

los hijos también

& & &

Gota de rocío

al llegar al manantial

ya serás río

& & &

Se cae la rosa

después de su belleza

entra en mi libro

& & &

Después del dolor

se ama más y mucho

más

esta gran vida

& & &

Si retrocedes

el eco deja huellas

puedes resbalar

& & &

Sólo la calma

produce bienestar

en los recuerdos

& & &

Ayer es tiempo

que juega desafiante

en la memoria

& & &

Dentro del musgo

regia orquesta dirige

la voz del sapo

& & &

Nubes de magia

se aposentan en el alma

Se acumula el silencio

Surtiras palabras

envuelven el momento

Es regalo y lazo maleable

Don de Matices

El alma cofre abierto

escondite que devuelve con creces

lo pensado

recibe los signos del coloquio

Las manos se entregan

& & &

El alma envuelve la razón

Vigila las acciones

Reduce lo que sobra

Alberga hasta el detalle

Ahí está

sólo espera engarzar

Sembrar

No extrae

envuelve lo que llega

amplía al máximo las señales

Da

Alberga

¿Su forma?

acantilado del ser

Cenaculo del sueño

Sortilegio de antorchas

Vaho tibio que reanima

que ampara

que refuerza el estar

& & &

¡Cómo despierta el alma

cuando encuentra

una sonrisa

una mirada

un lago en el verano!

Toda suerte de raíces

con profundas primaveras

Toda suerte de otoños

con sus savias retenidas

El invierno no cuenta

cuenta su blancura

tanto recibe el alma

que se hace serena

y resplandece



Palabras Para Rosa Melo Por Edda Armas.

Blanca la página: trae tu visión abierta. Este verso de Rosa Melo es una especie de plegaria o “frase sagrada” con la que, al repetirla en voz interior, se invoca a la divinidad en apoyo a la meditación. Es un mantra de invocación. Y, comienzo con esta idea mis palabras para Rosa, convencida como estoy, de que Rosa escribe rodeada de tres Musas, con las que ella definitivamente coquetea en su hacer poético. Y es que hay poetas, Rosa una de ellas, que hallan en las divinidades femeninas [esas que presiden las artes y las ciencias e inspiran a los filósofos y a los poetas] la explicación de su arder poético. Me refiero a tres de las nueve musas canónicas, nacidas de nueve noches seguidas de amor entre Zeus y Mnemósine, nietas de Urano (el cielo) y Gea (la tierra). Hablo de Érato, la amable, con su lira en la mano simbolizando los coros de la Lírica; de Polimnia, la que preside los himnos sagrados, quien apoya sus codos en la roca y coloca un dedo sobre la boca para simbolizar el silencio; y de Clío, la que ofrece gloria, se ocupa de la historia, y se representa de pie, sobria, con un rollo de escritura en las manos.

Y así es Rosa Melo, la poeta. Cuando uno la piensa, aparece serena, amable, posada con el codo apoyado sobre la mesa (la roca) en actitud meditativa, invocando. Ella, quien se paseó por los estudios de comercio, las artes del color en la pintura, el arte del drama interpretativo en las tablas del teatro, el arte de dominar el modelaje en la escultura, quien asumió el antiguo arte de la Caligrafía como oficio, quien casó muy joven y construyó una familia de siete hijos y diecisiete nietos, nunca pensó sin embargo, que llegaría a ser poeta. Y acá la tenemos, hoy, bautizando su octavo libro, bajo el enigmático título de Signos del coloquio, en el que reúne 60 poemas, con epígrafes de tres de sus poetas tutelares: el alemán Nietzsche, el Belga Verhesen, y el venezolano Silva Estrada.


Rosa admite ser “captora de poemas”. Lo dice así: “atrapo el poema y el poema surge”. Porque Rosa, tras concentrada invocación, se reencuentra con las palabras en el lugar de la revelación. Ese lugar es la semi-sombra, lecho de hojas caídas de muchos árboles, cuna de estrellas fugaces miradas por ella, fuente bullente de sales minerales, es la casa del desvelo. Pero no cualquier desvelo. Casa de su propio desvelo. De su propia palabra. Por tanto: su casa-alma. Ella ha dicho que “su poesía es casi toda de desvelo” y yo quiero colocar en colores de Neón esa confesión suya, por ser tan reveladora de la esencia de su accionar poético.

El desvelo para Rosa es el momento “de la atención suprema”. Ese estar alerta de los seis sentidos, para olfatear el movimiento de lo que nos angustia, o digamos se desvela, y hacer de su captura el acto del goce supremo. Me plena, dice ella, ese momento, que no es desvelo, sino puro destello de la poesía. En su caso, lo asocia con la noche, porque así le ocurre. Pero advirtiéndonos que “el desvelo es más grande que la noche, pues recibe al día”. Y ese andar desobediente y libertario entre los límites de la luz y la oscuridad, entre el asir algo y soltarlo, es el arte que ella practica como una sacerdotisa que alimentó su alma desde niña, creciendo en la palabra, develando sus misterios y máscaras, andando los silencios que ante muchas preguntas surgían como única respuesta (siendo círculos de fuego) hasta que éstas encontraran su cuerpo de palabra poética. Ella, Rosa, suelta esta exclamación: “El poema surge de noche, creo que por el silencio”. Pero ese silencio, aclara es el silencio de la palabra. Y es que sólo aquel que atento redescubre los silencios es quien halla las palabras que nombre sus pasajes, nombrando así todo hallazgo, toda revelación. Todos sus versos son hijos del desvelo.

Creo que en Rosa el ´pensamiento´ es clave. Esa clave recorre casi toda su obra, inclusive y de manera significativa en los poemas que conforman el poemario Los signos del coloquio, que hoy nos convoca. Y recordemos que literalmente pensamiento es lo que en sánscrito es ´mantra´. Ella lo escribe así:

La soledad / crea con fuerza el pensamiento / lo envuelve en savia /de brotes interiores.

Y de otro poema:

El pensamiento / se abre/ se entrega / ¿y cómo no sonreir / y apresar lo que conmueve?

Rosa Melo, nunca pensó que llegaría a ser poeta. Pero lo es. Lo es desde niña, ella lo llama ser “poeta de origen”. Y ese origen, a mi modo de ver, ancla en el rumor marino de su Porlamar natal, en esa luz particular que tamiza el oleaje en todo paisaje de isla, pero también, y a manera de marca de origen (sello de agua, digamos) en el aprendizaje y cultivo interior de su ´Hálito de Ser´ en sus años de interna en el colegio Madre Rafols donde permaneció hasta los quince años. Ella lo expresó así: “creo que el mismo internado abrió mi sensibilidad y surgió la poesía…allí, escribía mucho, y ya mis compañeras me llamaban poeta”, comenta Rosa en una entrevista a Desirré Depablos. Ella lo esencializa así:

Miro más el azul / porque trae visiones / senderos más antiguos / Imagino / seguras existencias.

O así:

Media madrugada / ojos abiertos / rumor de mar / El oído salta / al Primer Náufrago / a la espuma formada / por el primer grito / ¿Quién y qué nombre / bebió su agua / hasta perderse?

Y en el caso de Rosa Melo, ser poeta de origen, repito, la hacía vivir la poesía, gozarla en cada captura, como ´canto celeste´ para ella misma, para el levantar alas espirituales del alma, pues ya sabemos que su poesía guardó silencio para los otros -por largos años (al parecer 35)- en el interior de una gaveta en su escritorio de madera. Sabemos que fueron sus hijas (hadas traviesas) quienes entregaron los manuscritos de su madre a la poeta Ida Gramcko, mientras Rosa estaba de viaje, y que a su regreso se encontró la revelación de la palabra de Gramcko sobre ella y su poesía, en un artículo que tituló “Una nueva individualidad” en su columna en el diario El Nacional, comprometiéndola con el lector, y aún más con ella misma y la poesía. Así nació “Acírate”, su primer poemario publicado en 1982.

Entonces, hablamos de una Poeta sincera, quien es libre escribiendo su poesía, que vive una exaltación al auscultar el pensamiento, con tres décadas de andares poéticos, recogidos en sus respectivas casas de papel, como lo son sus otros poemarios: Hábito de Ser, La casa adormecida, Tiempo de Horizontes, Donde la ausencia, Desandando insomnios, La Flor de los cerezos, y el que hoy bautizamos: Signos de coloquio; y los aún inéditos: Restos de Polen, Caligrafía de sueños y El Grito que se ignora. Y concordamos con su amiga Blanca González (compañera de vida desde la época del internado) que los títulos que Rosa ha dado a sus poemarios son todos versos significativos en sí mismos.

Hablamos de la Poeta, que también cultiva un Jardín de Orquídeas, en diálogo permanente e ininterrumpido con poetas con quienes alimentó amistad profunda: Alfredo Silva Estrada, Elizabeth Schön, Ida Gramcko, Sonia Sanoja y Fernand Verhesen, y con sus maestros: Juana Sujo, Horacio Peterson, Carlos Prada, y con aquellos que han sido, entre muchas, lecturas predilectas: Rainer Maria Rilke, César Vallejo; por nombrar al menos dos.

Cierro mis palabras con una pregunta balance que intuyo que muchas veces Rosa Melo se formuló: ¿Quién dialoga con el silencio?

El poeta y el místico dialogan con el silencio en busca de la revelación. Ya que el silencio –esa diana invisible– es la trascendencia, Dios. Y Rosa Melo, “con su quietud en las afueras y su hambre interior” al dialogar con el silencio, admite en algunos de sus versos que: Si Dios entrega el sueño oscurece más la noche / El sueño pierde su dominio / El cuerpo cansado duerme / La mente activa sueña / ¿Deja de ser pensamiento? / El sueño es la conciencia ya vivida/ Telón del pensamiento/ Y ¿quién mueve los hilos de la mente que abarca que no encuentra la búsqueda del Ser?
Y le responde Rilke:

-Cada poeta lleva su lenguaje respondiendo a lo infinito de su ser en transparencia.

Y en Rosa, ocurre su ser en transparencia, agrego yo. Por ser Calígrafa de sueños, Noctámbula como Ida Gramcko, de un modo amable como Érato. Por pesar las palabras en el tamiz de organza que anuda el cielo con la tierra. Por su mantenerse atenta al chispazo del pensamiento. Por su agilidad para atrapar lo que éste le dicta en forma de versos –ya cuajados en su interior– y transcribirlos a la blanca página en noches de largo insomnio.